Vuelven las hojas a librarse de sus condescendientes yugos: ramas otoñales y libertarias.
Mantos caducos se crean donde los pies cansados y los ojos tristes reposan.
Vísteme de musgo - susurra el bosque- mientras la melodía de la lluvia se asemeja a una cascada de suave pendiente.
Impaciente me siento por volver a ver paisajes, de ocres pinceladas, que la tierra se reserva en la bodega del tiempo.
Un tiempo para el encuentro, la introspección, el recuerdo...
Ya estoy dispuesta para la lluvia, el silbar del viento; los humedales, la luces que se filtran entre los árboles...
Las emociones, las nieblas, el frío en el cuerpo a pesar de la constante sensación de sosiego…
Otro otoño nuevo, aunque sean los mismos viejos sentimientos...
Los de siempre…
Los que se sientan conmigo al calor de una lumbre en cualquier tarde de fuegos.
Fuegos sobre el horizonte, sobre los labios, sobre el pecho…
Sintiendo que la lluvia se aproxima, que se ocultan los tenues rayos de sol tras los cúmulos del cielo…
Cómo no amar el otoño si, de un año para otro, se me queda enredado, como la hiedra, por dentro…
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