A veces nos tomamos demasiado en serio. Ocurre en todas las facetas de la vida. También en la música. Particularmente en la música. Parece que sólo hay lugar para lo trascendente, la comunión del artista con el momento y el pulso trágico. Pero también debe existir lugar para el puro divertimento, la alegría y el guiño cómplice del lugar común. Sin reñir, por supuesto, con la calidad.
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